domingo, 16 de enero de 2011

CRÓNICAS DE LIMA - El año de Arguedas

 EL AÑO DE ARGUEDAS

Así como se recortan las intenciones y se estrangulan los propósitos, en su última recta de gobierno el panzón dizque justifica una denominación tal vez marketera pero dolorosamente injusta para nuestro querido Apurimeño, poner el “Año de Centenario de Machu Picchu para el Mundo” ¿? En vez de reconocer la vida, obra y trayectoria del pensador e indigenista andahuaylino José María Arguedas Altamirano, hace pensar a la mayoría limeña y en general al Perú entero, que se ha actuado con deslealtad, con supina intencionalidad y con irreverencia intelectual.
Ni en la paz de los camposantos descansa tranquilo, este escritor, indigenista y antropólogo, quien en vida también desde su dislocada niñez, vivió lleno de sobresaltos, dolores intestinos y llanto no consolado. Huérfano maternal desde los dos años y medio y con un padre itinerante, inocua y estéril remembranza guardó en su torturada mente desde cuando no tuvo ni el presente, ni el recuerdo. Conviviendo con la incomprensión de una parcializada madrastra para con su vástago natural, nuestro acongojado novelista, fue forjando el sentimiento que encontró leal y entregado en el huayno serrano que personificó límpidamente en un danzante de tijeras. En ese sonido metálico tan inspirador y machacón, fue escribiendo sus versos de protesta y rebeldía, que después compartiría con Manuel Scorza y Ciro Alegría, destapando la brecha de injusticia y leyenda entre ricos y pobres, entre los zorros de arriba y los zorros de abajo.

Cuanto sentimiento tuvo José María
Renovado como salival mamaria
Desconsolado como inútil plegaria
Pero excelso, como una luminaria
Su consciente agudeza solitaria
En “El sexto” fue extraordinaria
En “Los ríos profundos” temeraria
Y “Yawar fiesta” sanguinaria

Concentrado en quitarse la vida con sus propias manos, logró su cometido cuando ya había sorteado dos matrimonios, pero no como acto de cobardía ni desesperanza, sino mas bien acorralado por las circunstancias sociales de su tiempo, no le alcanzó refutar a la sociedad con sus letras, no le mereció ni la atención ni la indolencia de la casta política de entonces.
El sociólogo francés Emile Durkheim en su obra “El suicidio”, decía que son fenómenos individuales que responden esencialmente a causas sociales, bien pudo ser el caso de José María. Blanco de la discriminación racial mas punzante y exclusiva cuando estudiaba en Ica, fue segregado por “serrano” a despecho de su apariencia blanca de rasgos arios y gran estatura. Por su tendencia contestataria a las injusticias, fue acusado por el dictador Odria de comunista, siendo recluido en el penal “El Sexto”, hecho que plasmó en una novela del mismo nombre con gran suceso.

Esa vil tendencia suicida
Tuvo una idea resistida
Al ver su vida maldecida
Con una niñez escupida
Ya en su juventud descreída
Siempre de su madre en huída
La muerte lo sedujo, desvalida
Aciago fue, quitarse la vida

Enrazado en la profundidad de las vertientes que trazan como cicatrices los ríos, en el origen de la lluvia como lamento del atalaya que llora, del Apu tormentoso y temperamental que no permite la injusticia, su contexto trata sobre el problema del indio como heredero de las punas y serranías, como dueño y labrador de su destino antes que el mandato abusivo del blanco invasor, esta obra cumbre de Arguedas, no es solo una exclamación ahogada del autor, no es tampoco el grito autobiográfico de quien se siente incomprendido e indefenso, huérfano de cariño maternal y despojado del paternal, es el desahogo incompleto de un corazón que no siente como suyo el suelo que pisa, es una mueca de fastidio frente a la mirada de soslayo e indiferencia.
Siempre esperando el regreso de su padre, el joven José María vio dormido su sueño juvenil, con poses de entero disgusto que fueron torciendo las verdades aprendidas, poco a poco la fragua del tiempo se encargó de fundir sus ilusiones, refugiado en la casa hacienda de su abuelo, tomó postura al lado del desvalido, despreciando al poderoso encarnado en el despectivo y avaro potentado.

La injusticia y el abuso
Son dos actos que yo acuso
Al del pensamiento recluso
Y al perfecto inconcluso
De las libertades intruso
Son ya ideas de excluso
Los de cálculo obtuso
Pirómanos en desuso

Cuando logra arrancarse el último aliento de vida por mano propia con certero disparo en un baño de la Universidad La Molina, el día de su entierro lloraba un violín desconsoladamente, con melodías tan sentidas como su sonido mismo, tan melancólico como su propia existencia, tan doloroso como su partida. Era don Máximo Damian el que tocaba, como tantas veces delante de él en vida, amante eterno de las tonadas andinas, fue despedido en sonido de arpa (Luciano Chiara) y los danzantes  Gerardo y Zacarías Chiara. Entrañables camaradas que lloraron con verdad al amigo que se fue, junto al charango de Jaime Guardia.
Hoy, que la historia nos puso en la encrucijada de escoger entre el descubrimiento de Hiram Bingham y José María, nuevamente se desaira al andino, se desprecia al serrano, se mancilla al indígena, ni siquiera en la paz del sonido de la lluvia, ni siquiera entre el olor de las flores donde mora el Abancaíno, obtiene justicia… ¡que injusticia!

Todas las sangres para el mundo
Es novela de verbo fecundo
Con palabra y gesto iracundo
José María fue rotundo
Con las injusticias furibundo
Ajeno al bienestar inmundo
Alan, en gesto nauseabundo
Se manifiesta vagabundo

Que les parece

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